miércoles, 29 de abril de 2015
Lo que nunca nos mostramos
“Cuando la gente empieza a debatir (como siempre hace) sobre si los efectos del medio son buenos o malos, discuten sobre el contenido. Los entusiastas lo celebran; los escépticos lo denuncian. ” (Carr, 2010, p. 14)
Durante lo que llevo de carrera, no ha habido un semestre que no hablemos del tema del internet, de la tecnología y todas las repercusiones, buenas y malas, que tiene. No sé, siento que estamos un poco estancados ahí, en ese punto, en donde vemos un montón los testimonios reales y las estadísticas. Entiendo perfectamente el riesgo de internet, de nuestra privacidad y la posibilidad de violación de ella; sin embargo, a veces siento que deberíamos hacernos a la idea que estudiar tanto estos fenómenos contemporáneos no va a ser que seamos menos vulnerables ni menos dependientes de internet, la tecnología e incluso, las redes sociales. Parecería inaudito simplemente acoger los beneficios y rechazar las desventajas (Burbules, 2014). Pensemos. Recapacitemos. Avancemos.
A medida que avanza el tiempo— frase cliché— el ser humano ha ido cambiando sus costumbres, formas de vida y hasta creencias. Sé que hablar de tecnología podría ser demasiado amplio; sin embargo, al mismo tiempo no lo es tanto. La tecnología es casi que una cosa del siglo XXI aunque se haya ido cocinando desde el siglo XX. Pero si tuviera que denominarle un siglo, sería el XXI. No solamente por su origen, sino porque ha sido en este siglo en donde hemos visto que la tecnología es una parte más de nosotros. Desde nosotros como individuos, hasta nosotros como parte de una sociedad.
Alrededor del tema de la tecnología, están constantemente rondando diferentes sub-temas y problemas que se desprenden de esta rama tan grande. En el texto a continuación, lo que quiero es mostrar cómo nos están mostrando que la tecnología está afectando en ciertos ámbitos de nuestra vida. Porque una cosa es cierta, muchas veces nosotros tragamos entero y aunque puede que lo que estemos digiriendo sea cierto, estamos considerando realidades basadas muchas veces en “lo que se está diciendo” y no en lo que realmente está pasando. Lo que haré será recrear tres espacios diferentes de la vida cotidiana (o lo que para mí puede ser cotidiano) en donde se puedan aplicar estas teorías de las que hablan los autores. Esto, en aras de ver cómo lo que ellos dicen puede aplicarse a nuestro entorno y también para hacer una reflexión propia de lo que la tecnología está haciendo en nuestras cabezas. La propia, la de nadie más.
Primer escenario. A un consultorio de terapia ocupacional llega una niña de 9 años con problemas de atención. La terapista la evalúa y se da cuenta de que la niña está ansiosa durante los 45 minutos de la sesión. Como buena terapista del siglo XXI, se da cuenta de que todo tiene que ver con su juego de Clash of Clans, un juego en donde tiene que estar constantemente pendiente de sus habitantes, cultivos, enfrentamientos, etc... Su terapista preocupada, diagnostica que el problema de atención de la niña está ahí principalmente porque ella está todo el tiempo en su iPad, en un mundo paralelo y no está viviendo en un mundo real. Además, sus profesores notan que ella, en los recreos, no está con sus amigos sino metida en su iPad. Quisiera decir que es una historia inventada, pero no lo es. Esas cosas sí pasan en la vida real y con niños de estas edades. “Como sugería McLuhan, los medios no son solo canales de información. Proporcionan la materia del pensamiento, pero también modelan el proceso del pensamiento. Y lo que parece estar haciendo la web es deshabilitar mi capacidad de concentración y contemplación” (Carr, 2010, p.19). Pero, repasemos los hechos. Lo que McLuhan ignora es que detrás del déficit de atención de la niña y de su iPad, está la ausencia de sus papás. Después de que la terapista jefe evaluara el caso, ella descubrió que realmente su déficit no se daba por su adicción al iPad sino porque encontraba en él un refugio que no encontraba en su casa, por la ausencia de sus padres. Esto, de igual forma, está haciendo que el medio que ella está usando como refugio sea lo que le está moldeando su pensamiento y le está dando la pauta a su proceso de pensamiento.
Segundo caso. Él es un hombre muy, muy ocupado. 26 años, sin hijos, pero con un cargo demasiado importante que le demanda mucho tiempo, hasta en su tiempo libre. Muchas de sus relaciones son con empresas extranjeras, ese es su departamento. El hombre, está todo el tiempo en su Samsung S5, lo último en guarachas porque no podría tener menos, todo el tiempo recibe mensajes, mails y llamadas de todas partes del mundo. En uno de sus días de trabajo, lo mandan a Guayaquil para una reunión. Al aterrizar, el hombre se queda sin red pues en el aeropuerto no hay internet y como fue un viaje de improvisto, no activó el roaming. Desesperado, tuvo que ir a buscar internet donde fuera y cómo fuera. Se sentía desnudo, sudaba frío porque en juego estaba su puesto y el negocio. “O sea que las actividades económicas centrales, nucleares, de nuestras economías, trabajan como una unidad, en tiempo real, a nivel planetario a través de una red de interconexiones” (Castells, 1998, p. 3). Lo que pasa ahora es que somos omnipresentes, estamos en todas partes y eso hace que tengamos la capacidad, necesidad y deber de cumplir con muchas más cosas que antiguamente parecía imposible. En el caso de este hombre, su dependencia no es un refugio, por el contrario, es una herramienta que le ayuda a desarrollar mejor su trabajo. No es la tecnología en sí, es él mismo el que se exige el hábito de vivir online 24/7.
Es fácil considerar la expansión de la vigilancia como un fenómeno tecnológico o como algo asociado al <<control social>> o al <<Gran Hermano>>. Pero al hacerlo se pone todo el énfasis en las herramientas y en los tiranos, y se ignora el espíritu que mueve a la vigilancia, las ideologías que la promueven, las circunstancias que la hacen posible y la gente normal que la acepta, la cuestiona o que decide que, si no puede ganarle, se unirá a ella”. (Bauman, 2013, p. 17)
Tercer caso. Después de 50 años de ardua labor, cinco hijos y cuatro nietos; una señora lleva una vida tranquila en su casa del campo. Dos de sus hijos viven por fuera del país y ella es muy apegada a ellos. Uno de sus hijos que vive con ella le sugiere crear Skype y comprar un celular con whatsapp para que pueda comunicarse con ellos cuando quiera. Ella, después de pensarlo y de dejar de pensar que ella no está en edad de la tecnología y que eso es cosa de sus nietos, accede a abrir sus cuentas. Hoy en día, está siempre online en Skype y disponible en Whatsapp; además, porque decidió comprarse una tablet. Le manda mails a sus nietos cuando viajan o Whatsapp acordándoles de fechas importantes, Skypea con sus hijos de fuera del país y también de los del mismo país. “Como siempre, es la elección la que nos informa (en el sentido original de la palabra) Seleccionar lo veraz cuesta lo suyo; luego, olvidar cuesta todavía más” (Gleick, 2011, p. 433). Después de conocer los beneficios de la tecnología y de ver cómo esta puede mantenerla cerca de sus hijos, aunque estén lejos, no creo que esta mujer sea capaz ya de dejar su Tablet porque aferrarse a la tecnología es demasiado fácil, acostumbrarse a ella, aún más.
Si miramos cada uno de los escenarios recreados, podríamos decir una cosa: la culpa —si es que es válido denominarlo culpa— no es de la tecnología, la “culpa” es de nosotros por crear hábitos en donde dependamos 100% de ella y en donde sea para nosotros un refugio, una herramienta o un consuelo. En el caso de la niña de 9 años, la tecnología era una salida a otro problema en su vida, no el problema mismo aunque de él se hubiese desprendido el de su déficit de atención. El del hombre de 26 años era una herramienta que, aunque quisiera o no,
debía usar todo el tiempo por su trabajo; para optimizarlo y acogerlo mejor. Y, en el último caso, la tecnología fue un consuelo para la mujer que estaba lejos de sus hijos. Aunque estuviera dando datos en la web, su privacidad no estaba siendo violada y ella no se sentía vigilada. Esto, fue simplemente un método para sentir más cerca a los que estaban lejos. Sin embargo, no sería justo abogar del todo por la tecnología. Sabemos muy bien que ha logrado hacer cosas muy buenas, pero también que ha tenido consecuencias en el pensamiento del ser humano, lo perezosos que nos hemos vuelto y lo superficial de lo que estamos aprendiendo “(…) podemos tocar con la punta de los dedos la respuesta a cualquier pregunta, ya sea a través de Google o de Wikipedia (…) o de cualquiera de sus herederos y sucesores naturales, que seguiremos preguntándonos qué es lo que sabemos” (Gleick, 2011, p. 433). Lo que ocurre es que siempre hablamos de esto, es un tema demasiado recurrente. La verdad es que a veces es bueno hablar de lo que no se habla. Meter la cucharada. ¿Pensamos? ¿Recapacitamos? ¿Avanzamos?
REFERENCIAS:
Bauman, Z., & Lyon, D. (2013). Vigilancia líquida (Alicia Capel Tatjer Trans.). (1st ed.). España: Paidós.
Burbules, N. C. (2014). Educación: Riesgos y promesas de las nuevas tecnologías de la información Ediciones Granica.
Carr, N. (2010). Superficiales ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes? [The Shallows. What the internet is Doing to Our Brains.] (P. Cifuentes Trans.). (1st ed.). México: Alfaguara Santillana.
Castells, M. (1998). Globalización, tecnología, trabajo, empleo y empresa. La Factoría, 7, 12.
Gleick, J. (2011). La información historia y realidad [The information: a History, a Theory, a Flood] (J. Rabasseda, T. De Lozoya Trans.). (1st ed.). España y América: Critica, S. L.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario